Alguien dijo una vez * que la radio debería ser el mejor amigo del hombre, porque comparte características con el perro, y aventaja a este en que además puede, y a mi entender debe, hablar.
La radio está ahí siempre, al pie del cañón. Digamos “en las buenas y en las malas” para aclimatarnos en la terminología que nos acerca a la amistad.
No te pide, no te exige, no se enoja. En eso, hasta le saca ventaja a una novia.
No es excluyente, no te pide dedicación plena. Y acá a una novia le saca dos cuerpos de distancia.
Porque la radio convive a la perfección con otras actividades, e incluso está tan segura de sí misma, que está dispuesta a compartir protagonismo con otros medios de comunicación como la tele.
¿O nadie miró un partido en mute con los relatos de Víctor Hugo?
Hasta para el bolsillo es una buena opción, ella no sabe de tecnología punta, no necesita de actualización, ni de software, ni de tecnología HD, ni de gigabytes de espacio libre, ni de sonido surround, ni fibra óptica, ni gafas 3d, ni banda ancha, ni un corno. Funciona con lo mínimo y lo que es aún mejor, nadie nos cobra por usarla. Acá le gana a la TV y a Internet.
La radio rescata lo profundo, apunta a lo esencial, no se queda en las superficies. ¿Alguien cree que Ricardo Fort podría haber triunfado en radio? Es sin duda menos frívola y más artesanal, más humana.
La radio es inventiva, es creación, es juego, es imaginación. Por algo no muere con el paso del tiempo y ni siquiera es desplazada por las nuevas tecnologías y los más recientes modos de informarnos e interrelacionarnos.
La radio es mágica, por más usada que suene la frase. Es única, es apasionante, es intrigante, sorprendente.
Y acá la tengo, al lado mío y cumpliendo años. Mientras me habla, yo escribo sobre ella y no se da por aludida.
*la frase puede no haberse oído nunca por el autor de esta nota, pero es utilizada a los fines del texto.
27 agosto 2010
90 años
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